¿HacIA dónde van los dentistas?: El desafío de la inteligencia artificial en la odontología

La inteligencia artificial en la odontología

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Siempre he dicho que diagnóstico correcto sólo hay uno, mientras que tratamientos puede haber más de uno. Esto significa que los sanitarios a veces tenemos que elegir entre varias opciones de tratamiento posibles.

¿Y cuál es el mejor tratamiento? Esta pregunta es muy habitual en los pacientes. Pienso que la decisión sobre el plan de tratamiento “ideal” debe basarse en el estudio, es decir, en la evidencia que exista en ese momento sobre el problema a tratar (predecibilidad). También en la habilidad o habilidades del dentista (en nuestras manos, porque no olvidemos que nuestro trabajo es un arte) y en los deseos y preocupaciones del paciente (los peros…). De ahí que, al menos para mí, sea básico escuchar al paciente para poder individualizar el tratamiento.

El dilema de la inteligencia artificial en la odontología

El otro día me presentaban un programa para cirugía guiada.

—Es muy fácil, tú sólo nos tienes que mandar el CBCT, el escáner intraoral o el modelo del paciente y sus fotos, y nosotros hacemos la planificación y te mandamos la guía para la cirugía, el provisional o la prótesis definitiva.

—Eso está muy bien —respondí yo—. Pero ¿no puedo intervenir en la planificación?

—No, eso enlentece mucho el protocolo. En todo caso nos puedes mandar algún mensaje y nosotros hacemos los cambios.

Toda mi vida formándome para pensar y ahora me ofrecen un programa para que no lo haga. El programa, valiéndose de la inteligencia artificial (IA), lo hace por mí. El criterio, eso para lo que los dentistas nos hemos formado y nos seguimos formando hoy día, ¿ya no es necesario? Imaginemos que un radiólogo generase los planes de tratamiento en el campo de la medicina, ¿qué pensaríamos?

El valor irremplazable de la empatía humana

La diferencia entre este programa y otros más avanzados que emplean la IA es que no escuchan al paciente, mientras que la inteligencia humana (IH) sí lo hace –o debiera hacerlo–. Los pacientes tienen expectativas, miedos, economía, plazos de tiempo… y todo ello debe ser escuchado y tenido en cuenta a la hora de la planificación. Al paciente no sólo le preguntamos qué le trae a la consulta, también qué espera del tratamiento.

Como decía al principio, hay más de un plan de tratamiento correcto, entre otras cosas porque no todos pensamos igual y todavía hay temas por resolver: implante corto o regeneración ósea, pilar intermedio o prótesis directa a implante, atornillada o cementada… Y cuando éstos se resuelvan aparecerán otros en los que la inteligencia humana será necesaria, al menos hasta que la IA logre recrear aquello que se llama “ojo clínico” y que posiblemente se basa en esa capacidad que tiene el ser humano para la empatía, algo que no recae sobre el cerebro racional.

Los datos y algoritmos no son suficientes

En el arte de la odontología, cada sonrisa es como una huella digital: única e irrepetible. Así como un pintor elige sus pinceles y colores según la textura y el matiz que desea capturar, el odontólogo selecciona el tratamiento adecuado basándose en una comprensión profunda del paciente que tiene frente a sí. Este lienzo vivo demanda más que algoritmos y datos; requiere de la calidez humana, la comprensión empática y la capacidad de adaptación que sólo un profesional experimentado puede ofrecer.

Mientras que la IA puede sugerir caminos basados en patrones y probabilidades, de momento carece de la capacidad para percibir la ansiedad en la voz de un paciente, la preocupación en sus ojos o el alivio en su sonrisa. Estos matices humanos también guían nuestras manos y decisiones hacia la mejor solución. La IA puede aprender de miles de casos, pero aún no puede sentir.

La IA y la IH son compañeras, no sustitutas

No quiero que se me malinterprete. Lejos de ver en la inteligencia artificial un rival, debemos considerarla como una herramienta que, correctamente integrada, puede enriquecer nuestra práctica clínica. Sin embargo, la verdadera magia de la odontología reside en ese diálogo íntimo entre el odontólogo y su paciente. En este sentido, el futuro de nuestra profesión no debe alejarse de nuestra esencia más humana, sino todo lo contrario: debe buscar el equilibrio perfecto donde la tecnología sirva para potenciar nuestra capacidad de cuidar, de empatizar y de curar.

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